Una novia curiosa y juguetona ataviada de tules,
vestía sus blancos ajuares como las nubes,
las níveas montañas y las flores de los lírios,
habría de visitar un jardín colorido e inimaginado.
Tiñendo sus velos con el polen de las flores,
luego de pasearse entre las especias exquisitas del lejano oriente,
de deleitarse con los tomates del nuevo mundo
y de cubrirse de frutas exóticas de orígenes lejanos.
Su vestido ya teñido de naranjas y rojos carmesí
coloreó los cielos del atardecer, la luz del otoño
y los sueños dorados.