Amanece y las doncellas dormidas,
cubren sus curvas con el velo de la niebla,
por pudor o coqueteo, ellas visten su traje de tul,
blanco, gris, espeso que tarda en descubrir los pies,
como quien juega junto a la orilla del riachuelo
y todo queda humedecido y fresco.
Las doncellas siguen filtrando en sus entrañas
el elixir cristalino de la vida,
que brota de su vientre,
desde hace muchas albas,
en tiempos inmemoriables y arcaicos,
entregándonos su amor generoso.
Pasan las horas y el velo seductor desaparece,
el sol brilla resplandeciente y las aves trinan con intensidad.
Amanecen las sierras en otoño
y las doncellas duermen.