martes, 21 de abril de 2020

Al borde del muelle y mirando hacia el mar,
se encuentra el poeta, observando perplejo el oleaje,
la cadencia romántica de las ondas espumosas,
sinuosas como los de su oscura cabellera
que vuela con el viento que sopla incesante.

Vuelve al origen, donde todo se borra
se inicia un largo ejercicio de recordar lo olvidado,
de experiencias y saberes, de amargos desengaños,
de dulces encuentros, de odios y amores intensos,
como un espiral sin fin que atraviesa la oscuridad.

Este punto cero o infinito, de galaxias lejanas,
donde un alma sensible y melancólica,
se refleja en el espejo turbio de la memoria,
donde cada ola rompe la imagen efímera,
descubriendo otras realidades y vestigios de sí.

La sal conserva la materia, como los paisajes,
los olores, las melodías y los sabores preservan
en la memoria, las lágrimas y las risas,
en este mar de noches tormentosas y de albas en calma,
el poeta escribe tangos, bitácoras de amor.



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