Vagos recuerdos de mi niñez
tiñen la paleta de mis pinturas,
y perfuman mis memorias
como las flores del limonero,
cuyas espinas habrían de herirme
varias veces para purgar mis penas
¡oh! pobres pequeñas aves de corral,
seres nobles y tiernos,
cuyo cruel destino sería caer
en nuestras manos de niños.
Las viejas cajitas de pañuelos,
convertidos en ataúdes,
secarían mi caudal de lágrimas
al verlos perecer, una y otra vez.
Las enormes acacias en flor,
cúpula de rojo carmesí calado
de verde y azul.
Y esos robles amarillos y rosados
que cubrirían el suelo con sus pétalos
que conjugan la dulzura del campo.
Las veredas bordadas de flores de coral,
de buganvillas, crotos de colores y cayenas,
robando alguna para ofrecer con ingenuo amor.
Los árboles de perita rosadas, el dorado
de la lluvia de oro y campanillas,
caerían como serpentinas de fiesta.
Nacer entre rio, mar y cielo de infinitos
atardeceres y albas, enmarcados en postales
que solo viven la retina del niño aquel.
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