Los pasos marcados en el parquet,
los años de gloria de la tradicional milonga,
que siempre acogía como madre de la noche
a todos sus hijos de la bohemia,
esos que entregados al abrazo
encontraban consuelo a sus pesares,
o compinches de momentos felices
en los otros milongueros que allí,
en ese lugar de paredes viejas enmohecidas
se dieron cita y trazaron en el suelo
sus amores y desencantos, su historia y su vida.
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