viernes, 2 de septiembre de 2022

Se iría sin dejar rastro.

Se iría apresuradamente, sin dejar su nombre,

su número de contacto, dejando en entredicho

una nueva oportunidad de encuentro.

Doblaría por la esquina del edificio,

y luego se perdería entre la muchedumbre

citadina que se agolpa en las plazas

como buscando el bosque donde respirar

y mojar los pies en el agua de la fuente.

Se iría y dejaría caer del lado de la cama 

un anillo de madera oscura y lustrada,

que habría comprado en el puesto callejero

del artesano en la calle peatonal 

donde cruzamos las miradas y entendimos

que ambos nos buscábamos ansiosos

desde hace mucho tiempo.

Se iría sin darnos otro beso apasionado

porque toda esa vorágine empezaría de nuevo,

y renuente a entregarse a lo que su cuerpo 

y el mío nos pedían, se mal vistió 

de manera apresurada y agitada,

temiendo que nos detuviesemos

por un instante y mirarnos fijamente.

Se iría sin dejar rastro en esta jungla

de concreto, metal y cristal,

de mentes y corazones ausentes...





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