Se iría apresuradamente, sin dejar su nombre,
su número de contacto, dejando en entredicho
una nueva oportunidad de encuentro.
Doblaría por la esquina del edificio,
y luego se perdería entre la muchedumbre
citadina que se agolpa en las plazas
como buscando el bosque donde respirar
y mojar los pies en el agua de la fuente.
Se iría y dejaría caer del lado de la cama
un anillo de madera oscura y lustrada,
que habría comprado en el puesto callejero
del artesano en la calle peatonal
donde cruzamos las miradas y entendimos
que ambos nos buscábamos ansiosos
desde hace mucho tiempo.
Se iría sin darnos otro beso apasionado
porque toda esa vorágine empezaría de nuevo,
y renuente a entregarse a lo que su cuerpo
y el mío nos pedían, se mal vistió
de manera apresurada y agitada,
temiendo que nos detuviesemos
por un instante y mirarnos fijamente.
Se iría sin dejar rastro en esta jungla
de concreto, metal y cristal,
de mentes y corazones ausentes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario