Ser el cuero del tambor,
que suena como la tierra
tras las improvisadas estampidas
sobre el suelo africano,
todos somos África y Pangea.
Ser un pez, un ave o un mono,
o ser un perro o un gato domesticados,
ser un insecto de cascarón iridiscente,
o un reptil o un anfibio, somos seres,
seres mutantes e imperfectos.
Ser una llamarada que ilumina
los oscuros socavones y laberintos,
donde se ocultan los pueblos perseguidos,
o ser un trashumante o recolector
conectado a todo lo viviente.
Ser de colores vibrantes
y de matices que conjugan
una paleta divina y diversa,
tan heterogénea como la riqueza
biológica de este planeta.
Ser el tañido de un instrumento,
de cuerdas como una guitarra o un violín,
ser viento que sopla como silbido
de flauta o quizás más grave
como el de un saxo o un bandoneón.
Ser aguja que teje complejos patrones,
ser un martillo golpeando sobre un metal,
una hoz que corta el trigo,
ser manos que moldean el barro,
o que trabajan una masa de pan.
¿Dónde, dónde se desvía el ser?
para convertirse en este monstruo,
que codicia, odia y destruye.
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