Seguro que el sol se asomaría entre las columnas del templo ese día, el corazón aún atormentado por la visión del barco que desaparecía allá donde el horizonte se curva.
Pasarían innumerables eclipses y lunas de colores
pero ni asomo de su perfume de magnolias
cuando en primavera su rostro rejuvenecía como flores regadas por el rocío.
Embriagarse de aromas y especias, así como emocionarse por la magnitud de los templos erigidos a los dioses
eran presagio de un mañana sin su presencia.
Explorando los mares de noche para observar los astros y las estrellas
conservando la esperanza que alguna carta de navegación lo volvería a entregar en sus brazos.
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