De regreso a casa con mi hijo,
vemos las luces del ocaso reflejarse
en las sierras tras las copas doradas,
la nostalgia se apodera de nosotros
y exhalamos un suspiro.
La noche nos persigue en nuestro andar
y apresuramos el paso para cobijarnos
bajo el techo humilde que llamamos hogar.
Sin más pretensiones que el descanso,
mi hijo y yo nos mimamos,
intercambiamos miradas tiernas
y apreciamos el silencio que nos habla,
el mundo ajeno a nosotros,
y nosotros insignificantes en este mundo,
disfrutaremos de un nuevo amanecer.